“La inmortalidad es el recuerdo que uno deja“
Napoleón Bonaparte
Todavía lo puedo recordar con absoluta precisión. Lo último que se escuchó aquella tarde de octubre de 1993 desde la cabina herméticamente sellada donde nos encontrábamos en el foro y estudio de una empresa de televisión al sur de la Ciudad de México, salió de su sabia y conocedora voz: “El 5 de mayo de 1821”, una respuesta que en ese preciso instante en su calidad de asesor y persona de mi confianza me valió ganar un prestigiado concurso de televisión. La fecha en cuestión más de uno la sabrá, pero obligado es para mí precisar que se trata nada menos que del día, mes y año en que murió en el exilio en la Isla de Santa Elena, Napoleón Bonaparte. Más allá del hecho y circunstancia que he traído a colación, lo verdaderamente importante y significativo es la persona a la que hoy habré de evocar y recordar, mi querido tío Jorge Canseco.
Y es que si bien todos, absolutamente todos, somos pasajeros y fugaces existencias terrenas, hay personas que pese a ello dejan profunda huella. Personas que ni su muerte, ni el paso de los años pueden evitar que permanezcan presentes y que sus enseñanzas sigan vigentes. Ese es precisamente el caso de quién hoy les habré de escribir y comentar.
Querido lector, si es la primera vez que tienes la gentileza de leerme puedo asegurarte que habré de escribir acerca de béisbol en esta entrega, el tema que siempre me convoca a compartir y comentar anécdotas, historias, recuerdos, hazañas e incluso mis inquietudes en torno al Rey de los Deportes. Sin embargo, en esta ocasión te pido tener paciencia y que me permitas continuar con la exposición inicial, pues alguien probablemente más ordenado de ideas que yo alguna vez dijo y dijo bien: “Primero lo primero” y eso es lo que haré.
El licenciado Jorge Alberto Canseco González nació en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1924, es decir, hace precisamente cien años. Fue un hombre inteligente, con una cultura y un bagaje de conocimientos y entendimientos francamente envidiable. Autodidacta, políglota, incansable lector y viajero. Un hombre que vió mucho mundo y lo disfrutó, y que además poseía el sentido del humor más fino y agudo del que yo tenga memoria. Un conocedor del derecho y de la naturaleza humana. Un hombre con autoridad moral, que en sus primeros años de ejercicio profesional fue juez y que más tarde puso su talento y conocimiento como abogado postulante y litigante al servicio de sus clientes y de las múltiples empresas a las que exitosamente asesoró. Sus contemporáneos, mayormente colegas de profesión, que en muchas ocasiones fueron sus contrarios en algún procedimiento justamente lo definían y reconocían “como” un hombre de una sola pieza por su integridad, lealtad, seriedad y palabra.
En mi caso, fueron los lazos de sangre y parentesco los que me unieron a él. Su generosidad me permitió convivir muy cerca de él durante diez maravillosos años, algunos difíciles y complicados que constituyeron para mi una experiencia de vida. Una escuela que me permitió aprender, crecer, compartir, foguearme laboralmente y, debo también precisarlo, reir mucho a su lado.
Aquel año de 1924 en que Jorge Canseco nació, fue el año de los Senadores de Washington en el mundo del béisbol. En esa temporada consiguieron su único triunfo en Serie Mundial de la mano de su lanzador estelar Walter Johnson y del manager-jugador Bucky Harris, al lograr vencer en siete trepidantes encuentros a los Gigantes de Nueva York que dirigía el célebre John J. McGraw, a quien por sus conocimiento del juego y cerebral estrategia le llamaban “el Napoleón del béisbol”.
Fue ese mismo año y temporada en que por última vez en la historia de la MLB dos lanzadores lograron la Triple Corona de pitcheo. Una distinción y hazaña deportiva de difícil y complicada realización, únicamente reservada para los inmortales del diamante. El ya mencionado Walter Johnson ganó en la Liga Americana gracias a su promedio de efectividad de 2.72, sus 23 juegos ganados en la temporada regular y los 158 strikeouts que logró. En la Liga Nacional, fue el lanzador de los Dodgers de Brooklyn Dazzy Vance con un promedio de efectividad de 2.16, 28 juegos ganados y la increíble cifra de 262 jugadores ponchados.
En 1924 Babe Ruth ganó el campeonato de cuadrangulares de la Liga Americana gracias a los 46 batazos de vuelta entera que conectó, jugando ya como local en el original Yankee Stadium que había sido inaugurado la temporada anterior, una hazaña que el Bambino replicó 12 veces a lo largo de de su brillante carrera. Ese también, fue el año que vió nacer a la gran estrella y primera base de los Dodgers Gil Hodges y al estelar segunda base Roberto “Beto” Ávila, el único mexicano en la historia de la MLB en haber logrado un título de bateo, el de la Liga Americana en 1954 con los otrora Indios de Cleveland.
Debo manifestar en honor a la verdad, que los deportes no eran el entretenimiento favorito de mi tío. Él tenía por encima de ellos otras aficiones y gustos, pero el béisbol no le disgutaba y como muchos de su generación había crecido escuchando las hazañas de algunos de los más grandes jugadores que haya dado el Rey de los Deportes, por lo que siempre fue un aficionado de los Yankees de Nueva York.
En aquellos años de convivencia estrecha, yo en ocasiones le llevaba de regreso a su casa al concluir la jornada laboral. Aquel hombre de magnífica conversación y una cultura enciclopédica nunca dejaba de fumar sus cigarros Camel sin filtro y con su fina ironía frecuentemente solía tratar de educarme e ilustrame respecto al hecho y circunstancia de que los vehículos automotores tenían instalados en sus tableros ceniceros, no basureros y me pedía en razón de ello una y otra vez que me abstuviera de poner basura en los mismos para que él pudiera colocar libremente la ceniza de sus cigarrillos. Nunca fui capaz de comprender el concepto, mayormente porque yo jamás he fumado, así que no teníamos el mismo punto de vista en torno al tema. Simplemente por pasar el rato y sobrellevar el tráfico, se dedicaba a formar palabras con las letras de las placas de los vehículos que teníamos en suerte durante el trayecto a su casa. Si el castellano no hacía posible encontrar rápida respuesta, él las concretaba en el idioma de Shakespaere o el de Molière. Definitivamente nunca fue un acto de vanidad, sino un mero entretenimiento que a mí me dejaba entrever no sólo su agilidad mental, sino las ganas de retarse constantemente a sí mismo.
La generosidad y don de gente de Jorge Canseco inició a edades tempranas. La intempestiva muerte de su padre, un destacado médico cirujano,-cuando él era un estudiante universitario le templó el carácter y le permitió desarrollar una de sus mayores virtudes: la genuina y constante preocupación por el bienestar de su familia. Inicialmente fueron su madre y hermanos, mayormente mi padre, que era el menor de la familia y que con tan sólo 15 años de edad tuvo que afrontar la irreparable pérdida que el destino le marcó. Unos años después de haber asumido esa convicción, mi tío emprendió junto a mi tía Carmelita, su querida Güera, la formación de su propia familia, sin que ello fuera para él impedimento alguno para estar presente y cercano en las familias que a su vez formaron tres de sus hermanos. Del amor fraterno y posterior respeto intelectual que forjaron y construyeron a lo largo de décadas esos entrañables hermanos que fueron mi tío y mi padre, por fortuna fui una extensión y un vaso comunicante. Una grata función que me permitió en mi juventud estar cerca de ellos, convivirlos, admirarlos, verlos en acción asumiendo retos y responsabilidades, encarar problemas, y sobreponerse a las dificultades y adversidades que a los dos se les presentaron. Aquella sólida y estrecha relación fraternal que presencié me ayudó a confirmar el afecto, el cariño y la admiración que siempre he tenido por mis propios hermanos.
Teniendo como marco un acto de proselitismo político al que mi tío y yo asistimos por convocatoria e invitación expresa de mi padre un sábado por la tarde en Coyoacán, tuve el suficiente valor para abordarlo y solicitarle trabajo en su despacho. Él sin siquiera dudarlo, en forma automática no sólo me abrió las puertas para integrarme el lunes siguiente a la vida laboral, sino que a partir de ese momento me llenó incondicionalmente con su afecto y cercanía.
Curiosamente aquellos años, fueron los que practiqué con mayor intensidad y entusiasmo el béisbol. Muchos de esos lunes cuando llegaba a saludarlo, a veces los martes si pasaba su fin de semana en Querétaro, él me preguntaba con sorna y ahora qué te pasó, y yo solía mostrarle con cierto orgullo las magulladuras y marcas que en ocasiones en mi cuerpo dejaban algunas bolas que debía cubrir y proteger como me fuera posible detrás de home, o aquellos rozones que generalmente en mis brazos y hombros dejaban las bolas resultado de algún desvío del bat que intempestivamente y en fracciones de segundo habían modificado la trayectoria original de la pelota haciendo imposible para mi atraparlas con mi mascota y que como una especie de tatuajes temporales quedaban marcadas en mi piel por algunos días. Una explicación que abruptamente terminaba con un: “Ay muchacho cabeza de perro.““ Ya mejor ponte a trabajar.“
Sobrio profesional, invariablemente ataviado con su corbata negra, que le acompañó desde la muerte de su padre, de pulcro vestir y obsesiva limpieza, era un hombre reflexivo y estudioso de sus asuntos, que a la par poseía un sentido del humor agudo e irónico, mayormente resultado de agilidad mental que poseía, un atributo que le permitía hacer hilarantes comentarios, acuñar frases con tino y gracia nunca vistas y hasta contar chistes, a los que él elegantemente les llamaba “cuentos“ que todavía el día de hoy al recordarlos me hacen reir.
Tantas y tantas expresiones salidas de su genial mente como: “Tripudio,“ “Quitámelo, quitámelo…“ “el cuervo de la misera,“ “Saladino,“ “el valle de la misera,“ “ratas inmundas,“ “el de moño azul,“ así como lapidarias frases como aquella de: “Si los pendejos tuvieran alas viviríamos en tinieblas,“ que él utilizaba para formar, enseñar y con los que incluso lograba fijar una postura, terminar un conflicto o desencuentro, daba pie a una conversación o simplemente se divertía quedaron de manifiesto en quienes las atestiguamos, como una muestra inequívoca de su inteligencia y cálida existencia.
Su cariño y afecto fueron tales que además de conferirme la oportunidad laboral ya comentada y en repetidas ocasiones velar por mi fiuturo, me concedió el altísimo honor de ser mi testigo el día de mi boda, no obstante el hecho de que aborrecía las fiestas, él estuvo ese día puntual y sonriente a la cita. Una genuina presencia que poco tiempo después me permitió participar en el concurso de televisión, al que no sólo me acompañó, sino que con gran afecto me preparó e impulsó para ganar.
Poco antes de fallecer mi tío me dio la más grande lección de afecto y cariño que alguien pueda recibir de un ser querido, una lección dolorosa y formativa cuando tuvo a bien despedirse de mí. Tardé mucho tiempo en asimilar la lección, pero me permitió primeramente digerir su partida de este mundo y aceptar con mayor entereza la pérdida de mis padres cuando sus vidas llegaron a su fin. Fue en es ocasión, la última vez que lo vi y disfruté; el día en el que con su peculiar e irrepetible sentido del humor que me hizo un regalo que ha estado desde ese día conmigo y lo estará hasta el último de mis días.
Los números y el béisbol guardan una estrecha relación y vínculo, son una forma más de recordar la grandeza y trascendencia del juego de pelota. La célebre imagen que se conserva en filmaciones y fotografías de la atrapada de espladas a home de Willie Mays en la Serie Mundial de 1954, a la que yo me atrevo a señalar como la imagen más icónica y representativa de la MLB de todos los tiempos, nos muestra el número que portaba en su uniforme esa mitica leyenda viviente del béisbol y no podía ser otro que el número 24. Un número destinado para los grandes del diamante y que hanportado en su espalda peloteros como: Lou Brock, Tony Pérez, Rickey Henderson, Ken Griffey Jr., todos miembros del Salón de la Fama de Cooperstown, y en años más recientes el venezolano Miguel Cabrera, quien en un abrir y cerrar de ojos también será miembro de ese distinguido club por méritos propios.
Tal vez sea por eso, que el año en que mi querido tío Jorge falleció, 1998, fue y ha sido la temporada más triunfal y exitosa de los Yankees de Nueva York en su de por sí notable y distiguida historia en el mundo del béisbol. La temporada en que lograron conseguir por vigésima cuarta ocasión la Serie Mundial. Casualidades de la vida y del juego, números y conicidencias que por fortuna hoy me han permitido recordar a Jorge Canseco González, con profundo afecto y agradecimiento eterno.
CÍRCULO DE ESPERA
Cuando estamos a unos días del inicio de la temporada regular 2024 es de llamar poderosamente la atención el proceso de globalización que ha emprendido la liga profesional de béisbol más importante del planeta. Además de las múltiples nacionalidades de sus jugadores, ya habrá tiempo y espacio para comentarlo, hoy resulta por demás evidente que sus políticas de expansión y crecimiento conllevan a hacer presencia más allá de los Estados Unidos y Canadá.
Esa es la razón por la que hace dos fines de semana se programaron dos juegos de exhibición en Santo Domingo, República Dominicana que disputaron los Medias Rojas de Boston y las Mantarrayas de Tampa Bay. En el que estuvieron presentes los dominicanos, ex-Medias Rojas, miembros del Salón de la Fama de Cooperstown y favoritos de la afición local: David Ortiz y Pedro Martínez.
A esa primera serie internacional le seguirán los encuentros programados para los días 20 y 21 de este mes en Seúl, Corea del Sur, entre los Dodgers de Los Ángeles con sus nuevos valuartes japoneses Shohei Ohtani y Yoshinubo Yamamoto y los Padres de San Diego con los que formalmente dará inicio la temporada. Tras la presencia en Asia de la MLB y prácticamente como un regalo fuera de programa los Yankees de Nueva York habrán de regresar a la Ciudad de México tras una ausencia de 55 años para jugar dos partidos de exhibición los días 24 y 25 de marzo frente a los Diablos Rojos. Se presagian llenos absolutos en el Parque Alfredo Herp Helú para tal ocasión en la que los locales también tendrán uniformado al otrora Yankee Robinson Canó. Ya con la temporada en marcha en todos los frentes de la MLB, los días 27 y 28 de abril nuevamente en ese magnífico estadio situado al oriente de la capital de nuestro país, -que por cierto estará estrenando nueva superficie artificial- tendrá lugar la serie de temporada regular entre los campeones de Liga Americana los Astros de Houston con su arsenal de estrellas americanas y latinas y los Rockies de Colorado. Finalmente el mejor béisbol del mundo regeresará a Europa los días 8 y 9 de junio para disputar en Londres un clásico de la División Este de Liga Nacional que enfrentará a los Phillies de Filadelfia y los Mets de Nueva York. Tres continentes y cuatro ciudades cuyos aficionados serán testigos de la emoción y espectáculo que brinda de principio a fin la MLB.
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